Por Daniel Panaro

 

Secretario Académico del Movimiento Productivo Argentino

El tipo tiene una costumbre que los médicos y sanitaristas desaconsejan si se quiere llegar a reviejo (porque viejo el tipo ya es): almuerza liviano y cena pesado. Y se va a dormir.
Eso le provoca, entre otros trastornos (algunos de ellos escatológicos) pesadillas. A la mayoría no las recuerda más que por un mal sabor de boca. Pero anoche tuvo una que recuerda y quiere contar.
El tipo iba caminando por Buenos Aires, por una de esas calles que nunca aprendió a diferenciar, que corren paralelas a Rivadavia, más o menos al 1400. Y vio una cola de gente. No era muy larga. Una cuadra digamos. Ofrecerán trabajo, pensó. Pero cuando se fue acercando empezó a ver rostros conocidos. Un mediático que se hizo famoso con una frase (“Corta la bocha” cree recordar que era) y un montón de opiniones descartables, dos o tres periodistas que opinan “sobre” lo que a la gente le interesa (usted me entiende, sin “sobre” no hay opinión), un líder en audiencia de la radio matinal que insulta a los oyentes que lo llaman si no piensan como él, un diputado del interior famoso por su colección de camperas, varios opineitors televisivos. En fin, una murga bastante parecida a la que en la realidad desfila frente a cámaras cada uno de los días de nuestra vida.
Se dio cuenta de que algo raro pasaba cuando entre los primeros, que pugnaban por probar que había llegado antes que nadie, había una ministra, varios diputados y unos cuantos gobernadores e intendentes. A algunos los reconoció y a otros no, pero entendió que eran gente importante por los coches negros con señores vestidos de negro que los estaban esperando en la vereda de enfrente.
“¿Es la cola del querosén?” preguntó el tipo a una señora cincuentona en la que creyó reconocer a una ex modelo famosa por haber domado los colchones de casi todos los productores televisivos de la época y hoy devenida predicadora moral cuasi religiosa, que condena a las mujeres que no se casan vírgenes al Infierno. La señora lo miró como si le hubiera hablado en sánscrito, (aunque por la edad bien podría recordar la famosa cola del querosén de los años cincuenta en los barrios y hasta, quizás, hablar sánscrito) y le dijo con el aire de superioridad de los enterados – No, es la cola para comprar el Bolsonfraz- mientras hacía con la mano en gesto de alguien que agarra las manijas de la bolsa de la feria. –Perdón- dijo el tipo seguro de haber entendido mal. –Bolsonfraz-, le dijo con acento conmiserativo un señor de pelo enrojecido a botellazos, en el que el tipo reconoció a un músico antiguamente popular- Un kit para disfrazarse de Bolsonaro que va a ser el éxito del próximo Carnaval- y ante la expresión perpleja del tipo, abundó- Viene con una careta, una pistola réplica de una Glock que tira agua coloreada y un manual de instrucciones, con una lista de declaraciones para hacer en el Corso.
-Pero qué interesante- dijo el tipo, porque no se le ocurrió algo mejor.
-Algunos creen que se importa de Brasil, pero no. Lo fabrican los chinos.
Cuando el tipo estaba a punto de irse, vio que salía, con expresión triunfal y su Bolsonfraz en la mano, una archiconocida defensora de los derechos humanos. Se apresuró a sacar de un bolsillo con cierre disimulado en el costado del Bolsonfraz un librillo y lo ojeó. Exigente, se lo pasó a un joven que la acompañaba diciéndole – Tomá, leéme que me olvidé los anteojos-
El joven abrió el folleto y comenzó – Es usted el feliz propietario de un Bolsonfraz modelo Argento- Malhumorada, la señora lo interrumpió – No, pelotudo, andá directo a las declaraciones para el Corso.
El joven ojeó, fue, vino, hasta que con expresión triunfal -Acá están – dijo. Y leyó:
“Bolsonarudeces para decir en el Corso”
1. Proponga una ley para juntar a todos los niños de la calle y llevarlos a granjas en el Delta donde cultiven cítricos y tajan canastos de mimbre hasta que se conviertan en ciudadanos productivos o mueran.
2. Proponga que la policía pueda torturar a los presuntos delincuentes, hasta que confiesen sus crímenes o mínimamente inventen algunos creíbles.
3. Proponga quitarle el pasaporte argentino al Papa por populista.
4. Proponga que los planes sociales sean exclusivamente para quienes prueben tener menos de dos millones de glóbulos rojos en sangre.
5. Proponga arancelar las universidades, los colegios secundarios, los primarios y los jardines de infantes. Y ya que estamos, los hospitales públicos también.
6. Proponga privatizar la AFA
7. Proponga que los colectivos tengan en el medio un tabique, para que la gente decente (reconocible porque no es joven ni usa gorrito) no tenga que mezclarse con la chusma.
8. Proponga que la homosexualidad sea delito penal.
9. Proponga que el aborto sea delito penal.
10. Proponga prohibir el vino de tetrabrick.

A esa altura, el tipo se despertó transpirado y con el corazón saltándole en el pecho.
Pero se dio cuenta de que todo había sido un mal sueño y, de a poco, se fue tranquilizando.
Se dio vuelta en la cama y, cuando empezaba a dormirse, se acordó de que una noche de principios de los ‘70, después de una cazuela de mariscos regada con vino de la costa en damajuana, había soñado que se instalaba en Argentina un régimen militar sangriento, que mataba, secuestraba ciudadanos impunemente, los torturaba salvajemente, violaba mujeres, arrojaba prisioneros desde aviones al río, se apropiaba de niños, se robaba propiedades. Y que lo hacía con la anuencia y el aplauso de una buena parte de los que, unos meses después, serían sus víctimas. Y que en esa época creyó que era apenas un mal sueño.
Lo agarraron las primeras luces del amanecer con los ojos como el dos de oros.