Hoy estamos entre los mejores del continente por haber hecho los deberes durante la pandemia. Pero este sábado, una parte de la Argentina, aunque minúscula, transgredió todos los protocolos y activó una suerte de "bomba sanitaria”.

Las consecuencias las veremos en los próximos días. Soy de los que "sufrió" el Día del Padre por no poder abrazar a sus nietos, pero lo hice por ellos y sabiendo que era por la sociedad en general. Todos queremos vivir, pero es evidente que a algunos sectores no les interesa demasiado. Por lo menos, es la foto de vimos el último sábado con la excusa del hartazgo por el aislamiento y Vicentín. 

La protesta, denominada  “banderazo”que tuvo como epicentros la ciudad de Avellaneda de Santa Fe, en donde nació la empresa Vicentin, y en la ciudad autónoma de Buenos Aires y el interior bonaerense, no es ni más ni menos, que un llamado de atención a toda la ciudadanía. Representa la postal de una irresponsabilidad absoluta para aquellos que creen que porque no les ha tocado, el virus no existe.

Debemos entender que hoy el Covid-19 está en la puerta de nuestras casas de manera invisible y de nosotros depende si lo dejamos entrar. En el Día de la Bandera y en el momento más álgido de la pandemia, una multitud se aglomeró en el Obelisco, en proximidades de la residencia de Olivos y sus alrededores, con poco respeto al distanciamiento social y con dos premisas colectivas claras: el rechazo hacia algunas acciones del Gobierno y a la cuarentena.

Fue una movilización ruidosa y con estilo, para que tenga la adecuada entronización en los medios. Los bocinazos fueron constantes, hubo cacerolas y silbatos, se entonaron el Himno Nacional y otros temas patrios. También hubo muchos gritos y rabia contenida que se exteriorizó después de todos estos meses de aislamiento. No faltaron los cánticos de “que se vayan todos”. Las cámaras también visibilizaron una bandera de “Nunca más”, que flameaba entre la gente. Otra advertía que “nos gobiernan montoneros”.

Cada discurso era muy particular. Y unidos conformaban una ensalada difícil de digerir en tiempos de democracia, donde nadie impide el derecho de opinar. Fue difícil dar con algún argumento coherente, como el del trabajador que está cobrando la mitad, el comerciante que debió bajar las persianas o el jubilado al que no le alcanza. No obstante, también había representantes de estos sectores.

En síntesis, el marco de la Plaza de la República y el de la Plaza Moreno de La Plata, no fueron otra cosa que la postal  de una movilización convocada por productores y sectores de la oposición ante el anuncio de la expropiación de Vicentin. Para algunos, esta es una "guerra del mal contra el bien". La gente llegó a la espantosa conclusión de que lo que nos pasa "es todo es político”. Una suerte de copia fiel del chavismo. Una extraña alquimia donde se entremezclan, patria, libertad, república, división de poderes toma de posición contra la inflación, el avance sobre la propiedad privada y la expropiación de Vicentin, contra el comunismo o una supuesta dictadura.

Razonamientos muy locos. Una saña increíble, arrolladora, como si hubiera un presidente ausente que no auxilió a 9 de cada 10 argentinos. Si fuera mayoritaria la expresión de lo que vimos el sábado, entonces se me ocurriría pensar que el último que apague la luz. Quienes leen mis columnas saben que soy crítico de todos los oficialismos. Pero no estoy dispuesto a suicidarme por el contagio directo de estas multitudes dispuestas a ampliar la grieta y a contaminarnos a todos con una dosis irracional de odios.

Los que se manifestaron se "cagaron" en el distanciamiento social.  Me pregunto por estas horas: ¿Ustedes creen que esas personas están preocupadas por  la gran cantidad de trabajadores afectados y que quedarían en la calle en  Vicentín que llegan a 5.600  y a unos 1.800 en el caso de Latam?.  No lo creo. Más bien me parecen una excusa para salir a violar todos los protocolos de seguridad sanitaria.

Me asombra que  esta situación no genere  preocupación en ciertos analistas y sectores, que parecieran hacerse eco de los argumentos de Vicentín y aprovechan a la vez para bajar un mensaje sesgado y no ajustado a la realidad.

Soy respetuoso de la propiedad privada y creo que en el caso Vicentín es la Justicia la que tiene que actuar y poner las cosas en su lugar. No me gustan las expropiaciones. Pero también creo que un  gobierno no puede desentenderse de lo que es a todas luces una estafa nacional. No se puede admitir que algunos se lleven el dinero de todos los argentinos de manera impune. Repudio que se aproveche de una circunstancia así para hacer política y es condenable además, si existiera un interés avieso del Gobierno por enarbolar con Vicentín la bandera de otra "malvinización". Cualquiera de esos frentes no son buenos en momentos de crisis y desgracia nacional como los que vivimos. 

Para un 20%/25% de la población, Macri es la encarnación de un capitalismo salvaje, heredero de la dictadura, que llegó al poder para enriquecerse más y enriquecer a los suyos. Para otro 20%/25%, Cristina significa la encarnación de un populismo salvaje, heredera del espíritu montonero de los 70, que llegó al poder para enriquecerse más y enriquecer a los suyos. Ambos espejan bien a sus representados y funcionan como el espejo invertido del otro para ampliar una grieta que no tiene fin. Es oferta y demanda: millones de personas que compran odio generan un mercado para satisfacerlas 

Quienes están encadenados en ese universo de sombras enfrentadas están convencidos de que la vida es una simple construcción de héroes y villanos. El mundo real es otra cosa y hay un presidente al que todos elegimos en las urnas. Disculpen si interrumpo.

Jorge Joury es licenciado en Ciencias de la Información, graduado en la UNLP y analista político. Para consultar su blogs, dirigirse al sitio: Jorge Joury De Tapas.