Según los resultados de la Encuesta de Actividades de Niños, Niñas y Adolescentes (EANNA) 2016/2017 realizada por el Indec, y la Dirección General de Estudios Macroeconómicos y Estadísticas Laborales, el drama de los niños explotados en el país, no deja de ser un tema pendiente a revolver en los diferentes gobiernos.

El relevamiento, que analiza cifras obtenidas en entornos rurales y urbanos de todo el país, da cuenta de la desigualdad para niñas, niños y adolescentes de sectores vulnerables, y cómo las situaciones cambian según las regiones en que vivan.

Las estadísticas marcan que en Argentina, el 10 por ciento de las niñas y los niños de entre 5 y 15 años realiza al menos una actividad productiva, un porcentaje que trepa hasta casi el doble (19,8 por ciento) en áreas rurales y que tiene más incidencia en el noroeste y el noreste del país.

Entre adolescentes de 16 y 17 años, son el 31,9 por ciento quienes trabajan, aunque la cifra se eleva hasta el 43,5 por ciento en áreas rurales. La mayoría de los más pequeños suele empezar a trabajar para ayudar a sus padres o su entorno más cercano (entre el 65 y el 66 por ciento, según se trate de niñas y niños rurales o de las ciudades), pero esas relaciones laborales precarias van sentando las bases para trabajos también precarios a medida que van creciendo.

El trabajo infantil suele tener incidencia directa sobre el rendimiento en la escuela, porque niñas y niños llegan con más cansancio a las aulas y faltan más seguido. Los sesgos de género que caracterizan al mercado laboral adulto se replican en la infancia: Las niñas suelen abocarse a “actividades domésticas intensivas”, los niños, a “actividades mercantiles y de autoconsumo; las niñas ganan menos que los niños.

Sobre el tema, el fundador de Red Solidaria, Juan Carr, expresó que "con los voluntarios ayudamos a muchos chicos y chicas en situación de pobreza. Pero la solidaridad es para un rato, para un instante. Queremos transformar esa realidad. Soñamos con el día que todos los chicos que nazcan en Argentina y en todo el mundo, puedan jugar y no trabajar hasta llegar a la edad adulta."

Algunos de los datos, lejos de resultar abstractos, dan cuenta de manera concreta de cómo pasan los días de estas chicas y chicos que trabajan. Sus condiciones laborales, por ejemplo: “a alrededor de uno de cada tres le cansa la actividad que realiza; cerca de uno de cada tres señala que siente exceso de frío o calor al efectuar su trabajo; y uno de cada cuatro niñas y niños urbanos desarrolla su actividad en la calle o algún medio de transporte”.
En la ciudad, son más quienes se dedican a las actividades productivas en el horario nocturno, “principalmente entre las mujeres (16,6 por ciento de las de 5 a 15 años y 19,2 por ciento de las de 16 y 17 años declaran trabajar por las noches), a causa, fundamentalmente, de los trabajos de cuidados que ellas realizan”.

El trabajo infantil y adolescente está más extendido en las zonas rurales, donde involucra “a casi uno de cada cuatro varones y mujeres de 16 y 17 años (22,8 por ciento)”. En áreas urbanas, lo que prevalece entre varones es la dedicación a actividades mercantiles, en particular las “relacionadas con el trabajo en negocios, talleres u oficinas por dinero (para el 39,9 por ciento de los niños y niñas y el 37,9 por ciento de los adolescentes que trabajan)”.

En tanto, en el campo, más de la mitad de las niñas y los niños que trabajan se dedica “al cultivo o cosecha de productos para vender (14,2 por ciento), el cuidado u ordeñe de animales (14,4 por ciento), la ayuda en la construcción o reparación de otras viviendas (11,9 por ciento) y la ayuda en negocios u oficinas (11,9 por ciento)”. Las cifras y ocupaciones son similares para las y los adolescentes de esas zonas, aunque en esos casos también se suma como actividad la producción de ladrillos (8,9 por ciento).

Niñas y niños de entornos urbanos y rurales comienzan a trabajar para ayudar a padres u otras personas de su entorno cercano (67,7 por ciento de los casos de las ciudades y 65,2 por ciento de sus pares rurales). El estudio advierte que, sin embargo, esa desigualdad inicial que implica dedicarse a actividades productivas de manera precoz termina teniendo correlato en años posteriores: “a medida que crecen, se extienden las relaciones salariales de tipo precario (39,3 por ciento para los adolescentes urbanos y 29,9 por ciento para los rurales) y los acuerdos cuentapropistas informales, principalmente entre los que trabajan en el medio rural (25,2 por ciento). La amplia mayoría carece de algún tipo de beneficio social (vacaciones pagadas, obra social, días pagos por enfermedad, etc.) derivado de su trabajo”.

Entre chicas y chicos de entre 5 y 15 años, menos del 10 por ciento (8,5 en el caso urbano, 6,1 en el entorno rural) “desarrolla jornadas de 36 o más horas semanales a una edad en la que la mayoría de sus pares participa de forma exclusiva en el sistema educativo formal”. Entre adolescentes de 16 y 17 años, “algo más de uno de cada cuatro varones (26,3 por ciento del medio urbano y 26,6 por ciento del rural) equipara su tiempo de trabajo con el de un adulto ocupado de tiempo completo”.
Esas horas dedicadas al trabajo tienen un impacto directo sobre la educación de esas chicas y chicos. Los horarios de la escuela son difíciles de cumplir para quienes trabajan: “el 29,6 por ciento de los niños urbanos llegan tarde y el 19,1 por ciento de sus pares rurales que trabajan para el mercado faltan con frecuencia”.

A modo de conclusión, el diputado nacional Daniel Arroyo, señaló que "hay un desafío grande de la Argentina con la niñez que tiene tres cuestiones centrales: Primero tenemos que lograr que todo chico esté en la escuela secundaria. Segundo, tenemos que tener una buena ley de promoción y protección de los derechos del niño. Tercero, un desafío clave para el futuro, es dar condiciones sobre todo en lo que tiene que ver con la atención de salud".

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