El reconocido artista falleció a los 82 años. Fue figura de clásicos del humor argentino como “La revista dislocada” y “Telecómicos”. También dejó su marca en la pantalla grande y en el mundo de la publicidad.

Atilio Pozzobón, reconocido actor de cine, televisión, teatro y publicidades, murió este sábado a los 82 años, según informó la Asociación Argentina de Actores. 

Oriundo de Llavallol, partido de Lomas de Zamora, pasaba sus días escuchando la radio de madera que había en su hogar, mientras su padre trabajaba en una fábrica. Los domingos, mientras caminaba por las calles del barrio, escuchaba que en todas las casas sonaba La revista dislocada, el exitoso programa humorístico del momento, creado y guionado por Délfor Dicásolo. Sus amigos le decían que por su habilidad para hacer imitaciones, debía probar suerte allí.

A pesar de la negativa de su madre y que para él era “una odisea” viajar a Buenos Aires, se dirigió hasta radio Splendid. “Había un guardia y un portón de madera impresionante. Me fui metiendo y llegué hasta la puerta y pedí hablar con el señor Délfor. ‘El petiso está ocupado’, me dijeron. Pensaban que yo quería ver el programa… Pero al rato, por esas cosas que nadie sabe por qué ocurren, volvió el tipo y me dijo: ‘El petiso te está esperando’. Yo temblaba… Me recibió Délfor y me dijo: ‘¿Qué sabés hacer, pibe?’”, contó Pozzobón en una entrevista con Telefe Noticias.

“Le hice 20 imitaciones, una detrás de la otra, y me dijo ‘puede ser’. En ese momento entra Cacho Fontana, que era el locutor del programa. Había un piano y él se tiró arriba de la risa. Délfor me dijo: ‘Vení el domingo, pibe, que te escribo una noticia’. Cuando llegué a mi casa mi mamá me preguntó cómo me había ido. Le dije: ‘El domingo poné La revista dislocada y vas a escuchar a tu hijo’. Creo que la presión le subió a 30 más o menos”, relató.

Trabajó de manera ininterrumpida desde 1959 hasta 1976. Gran parte de su carrera estuvo ligada al periodismo deportivo, principalmente como cronista de las transmisiones del ascenso de La oral deportiva, por radio Rivadavia, además de sus trabajos en radio Belgrano y El Mundo. Durante 17 años tuvo su propio programa, Levántese con alegría, que comenzaba a las cinco de la mañana por Radio del Pueblo.

También fue una figura de la televisión en blanco y negro. Llegó a Telecómicos, emblemático programa de la televisión de los ’60. Se destacó por el personaje del Fanático de Boca, una de las grandes atracciones del ciclo. Se trataba de un hombre que perdía los estribos en todas las conversaciones y no podía evitar exclamar su pasión por los colores azul y oro, y su idolatría por Antonio Rattín, capitán y figura del equipo por aquel entonces. “¿Fanático yo?”, era la muletilla que popularizó.

El personaje lo llevó a ser la estrella de la publicidad de Cigarrillos Boca y a entablar una amistad con el presidente del club Alberto José Armando. Su popularidad le permitió ser la cara visible de muchas otras marcas a lo largo de su trayectoria.

Por aquel entonces se le abrieron las puertas del cine, con películas como Ya tiene comisario el pueblo, El picnic de los Campanelli Rosarigasinos. En los ’90 Juan José Campanella le dio un vuelco a su carrera y, lejos del humor, lo llamó para interpretar al cocinero del restaurante manejado por los personajes de Ricardo Darín y Héctor Alterio en El hijo de la novia. Luego, el director volvió a contratarlo en Luna de Avellaneda El Hombre de tu vida. Fueron casi 50 los largometrajes en los que participó.

En el aspecto personal, tuvo varios altibajos durante los años que acompañó a su esposa (a quien conoció en un viaje en tren en el Ferrocarril Roca, entre Llavallol y Temperley) durante su larga enfermedad. Ella falleció en 1983 y él nunca rehízo su vida amorosa. “Continuar fue difícil porque tuve que aprender un montón de cosas que no sabía”, dijo al respecto.

Como sus personajes, siempre se mostró como una persona sencilla, de barrio: “Cada cosa que he hecho para mí fue un sueño. Cada actor que me encuentro me dice cosas agradables y lindas. Me di cuenta de que todas las distinciones y esos halagos son caricias al alma. Y el alma, cuando recibe caricias, está muy contento”.