Por Daniel Panaro - Director Académico del Movimiento Productivo Argentino

Antes que nada, corresponde decir que, si la reunión del G20 se llevar a cabo en otro país, seguramente la repercusión, en una Argentina preocupada por la inflación, la caída brutal de la actividad económica, el desempleo y la violencia delincuencial, por hacer una lista restringida de los problemas que aquejan al ciudadano argentino día a día, hubiera sido mucho menor. Circunscripta seguramente a especialistas y militantes, como han sido otras. Algún titular de los diarios, alguna crónica televisiva de los incidentes, algún comentario del columnista económico de la radio y no mucho más

Esta vez, sin embargo, los hechos suceden entre nosotros e ignorarlos se hace más difícil.

No es una reunión del G20. Es una reunión del G19+1: 19 países (Europa cuenta como país) y Argentina.

Las opiniones, como viene ocurriendo últimamente entre nosotros, están polarizadas.

Desde quienes ven en el fantasmático portaaviones norteamericano que anclará en algún misterioso rincón de nuestro criollo Río de la Plata, una clara alusión a nuestra subordinación al imperio de las barras y las estrellas materializada vía FMI, hasta quienes con candidez (como el diario Clarin) titulan “Argentina líder por dos días”, tácitamente esperando el milagro de que en medio de la fiesta de los ricos, el zapatito calce y regresemos del gran salón al que llegamos en un triste taxi con nuestro saquito de codos gastados y nuestros mocasines sin lustre, en una limusina, con champán y música fuerte, para asombro de los vecinos y la familia.

Ni calvo ni dos pelucas, diría mi tío.

La realidad es que ni después de ésta reunión del G20 en Buenos Aires, ni después de las que se hagan el año que viene y el otro y el otro, nuestra decadente realidad se va a mover un ápice, a menos que consigamos poner al frente del país un gobierno con vocación de diálogo, de consenso, que estructure políticas públicas de desarrollo y crecimiento para los próximos 20 o 30 años, que luche efectivamente por la inclusión social, que erradique la hegemonía financiera en la economía nacional y jerarquice la producción y los productores.

Todo esto, acompañado de una mutación genética que nos permita a todos los argentinos comprender que “roban pero hacen” no sirve ni funciona, que la pobreza es un problema de todos y que la diversidad enriquece. Y, si vamos a soñar, también aceptar que el futbol es, un solamente un juego, el más divertido del mundo, pero juego al fin.

En fin, que si tenemos suerte, después del G20 la Argentina estará igual, con los mismos problemas de antes del G20. Incluidos los del frustrado y frustrante Boca-River.

Acaso con la leve mejora -levísima, sería más apropiado decir- de alguna esperancita que nos proporcione un acuerdito comercial con China, una sonrisa de Europa, un guiño de Turquía, una sacudida del jopo de Trump. Lo que sea.

Y vamos a tener suerte. Porque Argentina es un país con suerte. ¿De qué otra manera se explica, si no, que todavía exista, a pesar de las barrabasadas a las que día tras día la someten quienes la gobiernan?