Por: Araceli Bellotta

El dólar se dispara a pesar de que el Banco Central sigue aumentando las tasas de interés, que no sólo no lo detiene sino que además con semejantes porcentajes perjudica a la poca industria nacional que aún queda porque no puede acceder al crédito. Además, cada punto que aumenta el dólar en la misma medida desciende el salario que la mayoría cobramos en pesos, y se refleja en los precios por lo que aumenta la inflación. Ante este círculo vicioso la única expectativa que presenta el gobierno como recuperación económica es la mejora de la cosecha respecto del año pasado que fue afectada por la sequía. La vieja idea de que “con una buena cosecha nos salvamos”.

Pero ¿eso alcanza? En lo inmediato parece que no, porque es probable que los productores y las cerealeras retrasen la liquidación de exportaciones especulando con que el dólar aumente aún más y, por lo tanto, el Banco Central no podrá disponer de esas divisas.

Tampoco sirve para el largo plazo porque hace más de un siglo que las buenas cosechas no alcanzan para generar en la Argentina un nivel de vida respetable para la mayoría de la población.

¿De dónde viene esta idea de que con una buena cosecha nos salvamos?Nació en la década de 1860 cuando la clase dirigente, con Bartolomé Mitre a la cabeza, pensó a la Argentina como granja de Inglaterra y decían para qué vamos a invertir en la industria propia si tenemos suficientes campos y vacas para mantenernos y comprar los productos hechos a los mismos que les vendemos, es decir, a Inglaterra.

Sin embargo esto alcanzó hasta que la población argentina llegó a los 10 millones de habitantes y eso sucedió en la primera década del siglo XX. Superada esta cifra empezaron a sobrar personas. Porque para este pensamiento estaban demás las provincias ajenas a la pampa húmeda, y también los ciudadanos que no estaban afectados a la producción de carnes y cereales que, encima, se comían los bifes y las tiras de asado que debían ir para la exportación.

Se llegó a teorizar que los argentinos debemos estar en relación de 1 a 4 con respecto al número de cabezas de vacunos para lograr un funcionamiento óptimo. Es decir, si las vacas no pasan hoy de 60 millones, los habitantes de la Argentina no deberían pasar de 15 millones. ¿Y el resto?

En 1956, el doctor Ernesto Hueyo que había sido ministro durante la década de 1930, conocida como “Década Infame”, escribió en el diario La Prensa que el país tenía exceso de población y propuso que emigraran el excedente de argentinos no afectados a la producción del campo. Para entonces los argentinos eran unos 25 millones y según el ex ministro se tenían que ir unos 13 millones.

Es que uno de los tantos errores del pasado que se repite en el presente es no pensar las políticas en relación al país real, sino sobre un país imaginario, el que les gustaría que fuera, y con el espejo ajeno siempre.

El historiador Norberto Galasso nos propone el siguiente ejercicio de sentido común: la Argentina es uno de los 8 países que cuenta con uno de los territorios más extensos del planeta. En nuestros límites caben 15 países europeos habitados por más de 400 millones de personas. Italia entra dentro de la provincia de Buenos Aires. Suiza y Austria en La Pampa. Gran Bretaña en Córdoba. Portugal en Neuquén.

Es claro que lo que nos pasa es una mala organización de la economía, más que la falta de recursos materiales y humanos. No es que sobra gente, sino que falta generar ocupación para la mayoría de los habitantes, y contamos con los recursos materiales y humanos para hacerlo. Cada vez que se aplicó la política de que una buena cosecha nos salva, los gobiernos empezaron a aplicar medidas para que los emigrantes de países limítrofes se volvieran a sus países, o dicen que sobran médicos cuando buena parte de la población no tiene atención médica en vez de construir más hospitales. O sostienen que sobran estudiantes, en vez de abrir más escuelas. O plantean para qué invertir en investigación si los descubrimientos se producen afuera y podemos comprarlos. Esto pasó en 1930, en 1957, en la dictadura de 1976, en los 90 y está pasando ahora. Pero lo cierto es es que no sobra gente, falta ocupación.

Y aquí aparece la alternativa de seguir con una economía colonial como la actual, que invade el mercado interno con productos importados que destruyen la propia industria y favorece al capital extranjero que por cada dólar que invierte se lleva tres, o implementar una economía nacional que explote nuestros recursos naturales, que cree un poderoso mercado interno redistribuyendo el ingreso que permita buenos salarios que, a su vez, favorecerá el consumo, lo que redundará en una necesidad de mayor producción. Además, y es lo más importante, permitirá que los argentinos y las argentinas vivamos mejor

Entonces, ya no sobrarán personas, sino que necesitaremos mucha gente para poder producir más. Esto es lo que deberían estar debatiendo los candidatos y explicándoselo con mucha claridad al pueblo argentino.

Fuentes:

Jauretche, Arturo. El medio pelo en la sociedad argentina (Apuntes para una sociología nacional). Peña Lillo Editor. Bs. As. 1984.
Galasso, Norberto. ¿Cómo pensar la realidad nacional? Crítica al pensamiento colonizado. Colihue. Bs. As. 2011.