Parece mentira, pero la crisis también castiga al mundo de los más pequeños. Un ejemplo son las calesitas porteñas que no pasan por su mejor momento y luchan para sostenerse en pie, en una época en que la venta de boletos para dar una vuelta cayó 50%.


En todo el territorio porteño se hay 54 calesitas que pagan un canon mensual de $2.560 al gobierno de la Ciudad por estar ubicadas en plazas. Si bien cada vuelta cuesta entre $20 y $25, a los padres se les hace cada vez más difícil acceder. "Antes los padres te sacaban 10 tickets, hoy no más de dos. Con tantos pedidos, la sortija ahora la doy entre 5 o 6 veces por vuelta. La gente está muy gasolera y los padres reclaman cada vez más vueltas gratis", explicó Miguel Angel Vignatti, vicepresidente de la Asociación de Calesiteros y afines de la República Argentina.

Cuenta que la sortija es un invento nacional y este es el único país donde los calesiteros regalan vueltas gratis. Si bien la primera calesita argentina se instaló entre 1867 y 1870 en lo que hoy es la Plaza Lavalle, recién en la década del 30 se creó la sortija, inspirada en las carreras gauchescas.

Los gastos que enfrentan los calesiteros porteños son varios. "Pagamos el canon, ingresos brutos, monotributo, luz, seguro y emergencia médica, entre otros. Sólo los gastos de luz rondan los $3.000. Invertimos en pinturas para que se vean lindas. Es complicado porque tenemos menos ingresos, la gente viene menos y consume poco. No podemos aumentar los tickets porque la gente no tiene plata", contó Carlos Pometti, secretario de la Asociación de Calesiteros.

Pometti heredó la pasión de su padre y su abuelo, hoy administra dos calesitas en Pompeya y Villa del Parque. "Trabajo un 40% menos, dependemos del clima, del bolsillo de los padres, como todo el comercio vivimos una fuerte crisis porque la gente tiene menos para gastar. Pero queremos seguir manteniendo viva la tradición", contó. Es uno de los pocos que tiene un taller donde construye y arregla calesitas.

Comprar una calesita puede costar desde $300.000 si es nacional hasta u$s70.000 si es de las más modernas con estilo barroco. Todos buscan preservar la historia, saben que sin crédito no se puede pensar en semejante inversión porque no se puede amortizar. Además, hacen culto de las calesitas antiguas.

Los hábitos cambiaron, en esta era tecnológica, los chicos adaptaron su forma de entretenerse, una tablet o un celular son competidores directos de estos clásicos juegos. "Antes los chicos venían a dar una vuelta en la calesita hasta los 10 o 12 años, ahora no pasan de los 6 o 7 años. Los más grandes tienen muchos prejuicios para subir. Sólo los más chiquitos disfrutan con su imaginación", reveló Pometti.

Hasta los horarios en los que abren cambiaron. El vicepresidente de la Asociación contó que "si bien antes habríamos todo el día, ahora ya no sirve con la baja en venta de tickets del 50%. En otras épocas la calesita estaba abierta hasta las 22, ahora con la inseguridad, a las 20 horas ya cerramos. Algunos abrimos 13:30 horas y otros a la tarde. Hay que medir el consumo de luz, antes era barata, ahora es muy cara. Hay días que abrís y no vendés ni un boleto".

Los calesiteros aman su trabajo, por eso resisten. Como don Luis que hasta los 93 años abría su calesita en el patio de su casa de Ramón Falcón y Miralla, en Villa Luro.