Está clarísimo que no existen la juventud ni la vida eterna tampoco para Susana Giménez ni Mirtha Legrand, por más que hayan llegado a creer lo contrario.
Hay un momento en que la magia desaparece y queda expuesta la realidad: Desprecio clasista, actitudes refractarias, esencia misma de seres elegidos para brillar, aunque oscuros de pensamientos. No son el mal que azota a la Argentina pos macrismo, forman parte de ese mal que encarna un sector espantoso de la sociedad.
Los modelos Giménez – Legrand superaron los años, los gobiernos, los públicos y los cambios en los medios periodísticos. Fueron “shock” y almuerzos, son figurines ficticios pero vigentes, en un tiempo sin tiempo. Desde que fueron tocadas por la varita mágica del destino navegaron en las diversas crisis del país sin despeinarse.
María Susana Giménez Aubert Sanders, próxima a cumplir 76 años y un cúmulo de pasarelas, estudios de televisión, filmes, obras teatrales, ceniceros, triquiñuelas impositivas, fuego con Carlos Monzón y torpeza manifiesta convertida en gracias, cuando habla descontracturada se muestra tal como es.
“Que se arregle todo de una vez, que dejen de hablar de la pobreza, y si hay mucha pobreza que la gente vaya al campo. Nosotros fuimos siempre el granero del mundo y hay que enseñarle a la gente, por ejemplo, del norte, a plantar, a tener gallinas en el gallinero. Qué sé yo, cosas”, dijo entre otras cosas. Nada nuevo bajo el sol de la “diva”.
Por su parte, camino a los 93 años, con reconocida trayectoria cinematográfica y teatral, Rosa María Juana Martínez Suárez hizo culto durante más de medio siglo de charlas televisivas con personajes de la vida nacional, comidas mediantes. También, como Su, cuando habla sin red queda al desnudo, aunque con más clase.
Como hermanas que se dan la derecha, Susana y Mirtha llegaron a cautivar a expresiones de los mismos sectores que les causan urticaria. Enhorabuena que trabajadoras y trabajadores tengan espacios de esparcimiento, el tema corre por otro andarivel.
Es sabido que en la Argentina habitan posturas irreconciliables, intereses disímiles, necesidades profundas para muchos y abundancia promiscua para pocos. Está en el ADN mismo del país. Y afloran en circunstancias como cuando Giménez y Legrand dicen lo que piensan, cuando los patrones de estancias exponen sus mezquindades en las rutas y cuando los piojos que gustan de veranear en el exterior se quejan porque les pusieron obstáculos.