El nuevo gobierno tendrá por delante numerosos desafíos difíciles de afrontar en sí mismos y más aún de poder coronarlos para bien de la población: Pobreza, falta de trabajo, inflación, endeudamiento externo; un campo minado. Y a esto, se le debe sumar algo intangible pero asfixiante: El odio. Ese odio que anida en sectores significativos de la Argentina y que se manifiesta a diario, pero que en ocasiones de tensión aflora con virulencia y permite pensar que así no, que así el país irá mejor o peor pero no se resolverá un eje central de sus problemas.

El odio que brotó en las calles céntricas de Buenos Aires el sábado pasado siempre estuvo y está en las entrañas de una clase que se siente dominante por naturaleza y que no acepta que sea de otra forma. Esta vez con formato macrista, en otras ocasiones con pelaje dictatorial, este odio tuvo probablemente su máxima expresión en la “revolución libertadora” de 1995 e hizo escuela.

Claro que no es el único odio que habita en esta tierra. Claro que el odio suele ser pagado con odio y así, las venas de la república se contaminan con odio. No es tarea fácil morigerar el odio, mucho menos erradicarlo. Y es algo que el próximo gobierno deberá enfrentar y conseguir, en todo caso, con un clonazepam de acciones y ejemplos de firme mesura para que se entienda que la Argentina necesita una razonable armonía.

El odio está y hay quienes aseveran que su capital se ubica en Barrio Norte. Váyase a saber si tiene sólo una capital. Pero cierto es que principales referentes de la vida pública han resultado militantes del odio y así, consiguieron mantener viva la llama de intemperancia, el rechazo porque sí, el desprecio, la prepotencia y posturas asquerosas.

La dirigencia política que sobresale en este gobierno en retirada, el de Mauricio Macri, parece haber hecho una Maestría en odio. Los actores, valga “actores” para algunos casos en especial, no vacilan en derramar semillas de odio; saben que son de rápida germinación.

El peronismo tiene una extensa historia de aciertos y errores, de extremos, de vida, en definitiva. Y bien se le pueden criticar etapas en las que no respetó preceptos fundacionales del General Juan Domingo Perón, pero más bien siempre estuvo del lado de la recepción de odios.

Aquella imagen de los “cabecitas” con los pies en la fuente de la Plaza de Mayo el 17 de octubre de 1945 en defensa de Perón; aquella imagen del sábado de mayoría porteños acomodados defendiendo a Macri. Un contraste profundo de clases, con el claro padecimiento de unos a diferencia de los otros, que traza una raya de odio.

El gobierno que tendrá a Alberto Fernández como presidente, salvo bomba atómica electoral que tuerza este presente diáfano tras las PASO, se encontrará con este execrable odio argentino. Odio capaz de impulsar a sus dueños hasta límites insospechados con tal de dejarlo fluir. Qué importa el crecimiento de la pobreza a extremos tremendos; qué importa el doliente que duerme en las calles; qué importa el dólar a 100 pesos; qué importa el cierre de fábricas, Pymes y demás.

Sólo el amor es más fuerte, dice la canción que plantea un ideal. En este caso no bastará con el amor, habrá que extremar el pensamiento nacional, popular, solidario y de una Argentina que cobije a todxs.

Alejandro Delgado Morales.