1 Cuar-B - No quiero la muerte del pecador ... sino que se convierta y viva!

El apóstol Pablo nos exhorta a aprovechar este tiempo oportuno, este día de la salvación para un retorno a Dios. Si bien toda la vida debe ser un permanente tender hacia Dios, sin embargo, no debemos desaprovechar este período en que la Iglesia vive con mayor intensidad el llamado a la conversión disponiendo los corazones a una más atenta meditación de la Palabra de Dios. Es decir, tener el coraje de mirarnos en lo profundo de nuestro corazón herido por el pecado y ponernos con sinceridad ante nosotros mismos para aceptar la invitación de Jesús: El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca: conviértanse y crean en el Evangelio.

Ocurre que este llamado a la conversión, es resistido por la suficiencia, el apego a las cosas y el orgullo que tienen fuertes raíces en nuestro corazón; pero no es posible imaginar un cambio en nuestro ser, si no aceptamos ser transformados por Dios. Desde los primeros capítulos del Génesis hasta Jesús, se repite siempre la misma historia: Dios ama, el hombre rechaza a Dios, pero Dios no abandona ni deja al hombre librado a sí mismo, más aún, demuestra una misericordia incomprensible que ningún rechazo ni obstáculo puede detener.

El ser humano se define por su libertad. Realizarnos como persona es una tarea y una oportunidad. En nuestra naturaleza redimida y rescatada por Cristo, pero donde subsisten las heridas causadas por el pecado, experimentamos un desajuste entre lo que estamos llamados a ser y lo que somos en la realidad, entre el deseo y la realización. Desde la raíz estamos llamados a construirnos en un diálogo profundo con el Dios de la Vida.

El domingo pasado, el evangelista Marcos nos presentaba a Jesús sanando a un leproso que, cayendo de rodillas, le suplicaba: si quieres, puedes purificarme. Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: lo quiero, queda purificado, y la lepra desapareció. Desde ese momento, comenzó a proclamarlo a toda la comarca, divulgandosu sanación.

También nosotros, que somos pecadores y muchas veces herimos a nuestro prójimo, nos arrodillamos y le pedimos a Jesús: si quieres, puedes perdonarnos. Entonces sentiremos el alivio y la alegría del perdón. Y con la gracia de Dios en el corazón, buscaremos reconciliarnos con nuestra propia historia y con quienes hubiéramos herido.

       Para aprovechar este tiempo oportuno, este día de la salvación para un retorno a Dios, les propongo la meditación serena de estos Salmos, durante el camino cuaresmal, pidiendo a Dios la gracia de una sincera conversión y experimentar la alegría de sentirnos amados y salvados por su infinita misericordia. Que Él nos conceda vivir esta nueva Cuaresma con un corazón bien dispuesto y nos bendiga junto a todos nuestros seres queridos, vínculos y afectos. Amén.

SALMO 51-

¡Ten piedad de mí, oh Dios, por tu bondad, / por tu gran compasión, borra mis faltas! / ¡Lávame totalmente de mi culpa / y purifícame de mi pecado!  Porque yo reconozco mis faltas / y mi pecado está siempre ante mí.

Contra ti, contra ti solo pequé / e hice lo que es malo a tus ojos. / Por eso, será justa tu sentencia / y tu juicio será irreprochable; / yo soy culpable desde que nací; / pecador me concibió mi madre.

Tú amas la sinceridad del corazón / y me enseñas la sabiduría en mi interior. / Purifícame con el hisopo y quedaré limpio; / lávame, y quedaré más blanco que la nieve.

 Anúnciame el gozo y la alegría: / que se alegren los huesos quebrantados. / Aparta tu vista de mis pecados / y borra todas mis culpas.

Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, / y renueva la firmeza de mi espíritu. / No me arrojes lejos de tu presencia / ni retires de mí tu santo espíritu.

 Devuélveme la alegría de tu salvación, / que tu espíritu generoso me sostenga: / yo enseñaré tu camino a los impíos / y los pecadores volverán a ti.

 ¡Líbrame de la muerte, Dios, salvador mío, / y mi lengua anunciará tu justicia! / Abre mis labios, Señor, / y mi boca proclamará tu alabanza.

Los sacrificios no te satisfacen; / si ofrezco un holocausto, no lo aceptas: / mi sacrificio es un espíritu contrito, / tú no desprecias el corazón contrito y humillado.

SALMO 139 –

Señor, tú me sondeas y me conoces / tú sabes si me siento o me levanto; / de lejos percibes lo que pienso, / te das cuenta si camino o si descanso, / y todos mis pasos te son familiares.

 Antes que la palabra esté en mi lengua, / tú, Señor, la conoces plenamente; / me rodeas por detrás y por delante / y tienes puesta tu mano sobre mí; / una ciencia tan admirable me sobrepasa: /es tan alta que no puedo alcanzarla. / ¿A dónde iré para estar lejos de tu espíritu? / ¿A dónde huiré de tu presencia?

Si subo al cielo, allí estás tú; / si me tiendo en el Abismo, estás presente. / Si tomara las alas de la aurora / y fuera a habitar en los confines del mar, / también allí me llevaría tu mano / y me sostendría tu derecha. / Si dijera: «¡Que me cubran las tinieblas / y la luz sea como la noche a mi alrededor!», / las tinieblas no serían oscuras para ti / y la noche será clara como el día.

Tú creaste mis entrañas, / me plasmaste en el seno de mi madre: / te doy gracias porque fui formado / de manera tan admirable. / ¡Qué maravillosas son tus obras! / Tú conocías hasta el fondo de mi alma / y nada de mi ser se te ocultaba, / cuando yo era formado en lo secreto, / cuando era tejido en lo profundo de la tierra.

Tus ojos ya veían mis acciones, / todas ellas estaban en tu Libro; / mis días estaban escritos y señalados, / antes que uno solo de ellos existiera. / ¡Qué difíciles son para mí tus designios! / ¡Y qué inmenso, Dios mío, es el conjunto de ellos! / Si me pongo a contarlos, / son más que la arena; / y si terminara de hacerlo, / aún entonces seguiría a tu lado. /

Sondéame, Dios mío, y penetra mi interior; / examíname y conoce los que pienso; / observa si estoy en un camino falso /y llévame por el camino eterno.

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