Apenas se conoció la brutal muerte de Fernando Baéz Sosa, asesinado literalmente a patadas por jugadores de rugby de un club de Zárate a la salida de un boliche en Villa Gesell, la polémica sobre la repetición de estos hechos en el mundo de la ovalada, volvió al centro de la escena.

Por estas horas, Máximo Pablo Thomsen, “Machu”, el principal acusado de la noche trágica, después de diez días de dormir en una comisaría, está habitando el cajón de cemento de en una cárcel. El sector de alcaidía del penal de Dolores lo recibió con una cama cucheta en una sala colectiva. Sus nueve amigos de Zárate están junto a él en el penal centenario, aislados de otros presos.

Es su primera vez tras las rejas. Con 20 años de edad, no tiene antecedentes penales en la provincia. No figura en los legajos del Ministerio de Seguridad o en el sistema de la fiscalía general en Campana, con jurisdicción en Zárate. Entre todos los acusados de lo que se considera en el código de los presos como un crimen de cobardes, Thomsen se lleva la peor parte. Es el más complicado de todos.

“Dale, cagón, levantate”, fueron las últimas palabras que escuchó Fernando Báez Sosa, la vìctima de esta salvajada. La historia está abierta aún, pero estos chicos nunca más encontrarán paz en el infierno en que se han sumergido. 

Jugué al rugby de muy joven durante varios años, en La Plata Rugby Club. Nunca fuimos parte de manadas porque no existían en el imaginario colectivo. Coseché muchos amigos. Por aquellos años, la camaradería y el buen comportamiento eran el distintivo de este deporte. Incurrir en hechos de violencia, ya sea dentro como fuera de la cancha, podían acarrear sanciones de por vida.

El tercer tiempo era una cantera de convivencia donde se construían relaciones que luego perduraban en el tiempo, Cuando íbamos a jugar al interior, nos alojaban en casas de familias. Y cuando esos jugadores venían a nuestra ciudad, devolvíamos gentilezas con la misma hospitalidad. Aún tengo amistades de esas épocas. No sabíamos lo que era la violencia a la salida de los boliches. Tampoco había droga, ni estimulantes. No usábamos los puños como armas de guerra, ni nuestros físicos para sacar chapa de guapos. Pero los tiempos cambiaron y aparecieron las denominadas manadas.

Incomprensiblemente, esta suerte de bestias que se emborrachan y se creen impunes, irrumpieron como una plaga desde hace rato. Tiñieron de la sangre la historia del rugby. Se transformaron en criminales, arruinando a familias ajenas y a las propias. Habrá que revisar el presente, porque en mi juventud esto no ocurría. ¿Qué nos pasó?.

Son muchos los cambios abruptos que está sufriendo la sociedad, pero nada justifica la prepotencia desenfrenada de acabar con vidas, cuando el falso machismo se pasa de la raya. En las últimos tiempos, además de los hechos de "riña callejera", también salieron a la luz distintos casos de violencia contra las mujeres al interior de clubes de rugby.

Estos sucesos empiezan a hacerse públicos porque "las chicas están más empoderadas. Uno de ellos fue el caso ocurrido en el Club Universitario de La Plata, donde una joven de 23 años denunció a un grupo de jugadores por haber difundido imágenes suyas manteniendo relaciones sexuales sin su consentimiento, en diversos grupos de WhatsApp. Tras el escándalo, la joven agregó que recibió amenazas de parte de los acusados.

El club Universitario es uno de los pocos que cuentan con una Comisión de Género. Luego de que trascendiera el hecho, la institución emitió un comunicado en el que remarcó "la importancia de acompañar los procesos de reflexión por parte de los distintos actores/as de la institución, siendo partícipes de las instancias que se generan para hablar, discutir y generar acciones".

Pero estas políticas aún parecen ser casos aislados. Hay que reconocer que el rugby es muy severo con la disciplina. Hay bajada de línea y sanciones duras, pero tal vez esta metodología no esté acompañada por un trabajo de educación. Es probable que exista una manera violenta en que esos chicos fueron educados y no son capaces de empatizar con individuos de cualquier tipo de género y clase social. 

Hay que tener en cuenta, que el rugby es un deporte de contacto que conlleva a un grado de descarga física importante. La canalización de la agresión es adecuada cuando sucede dentro de esa actividad deportiva y dentro de sus propias reglas.

Para poder prevenir situaciones límite, los jóvenes deben saber diferenciar las conductas saludables de aquellas que no lo son, y eso es responsabilidad, en primera instancia, de los hogares en que son educados.

Desde la Unión Argentina de Rugby comunicaron que ya trabajan en un programa específico de concientización que colabore para que estos casos no sucedan nunca más. Lo implementarán junto a las 25 uniones provinciales para que se traslade a los clubes. Es importante ubicar la problemática en el chico que patea, pero también en el grupo y su responsabilidad, ya que ninguno lo para.

Por lo que se ve, ha llegado la hora en que los clubes, deberían analizar la importancia de tener espacios de reflexión donde los jóvenes puedan encontrar algún tipo de herramientas para prevenir o poder anticipar estas situaciones. Antes de matar al rugby desde los medios, tal vez haya que volver a reforzar aquellos valores que nos acompañaron con tanto éxito durante la adolescencia para ponerle definitivamente un freno a la muerte.

*Jorge Joury es licenciado en Ciencias de la Información, graduado en la UNLP y analista político. Para consultar su blogs, ir al sitio: Jorge Joury De Tapas.