Por Oscar A. Cuartango*. El Día Internacional de los Trabajadores, también conocido como el Día del Trabajo se celebra el primero de mayo, para conmemorar a nivel mundial al movimiento obrero y la fuerza laboral, como movimiento reivindicativo de diferentes causas relacionadas con el trabajo.

Hace poco más de cien años, las fábricas eran centros de trabajo en los cuales trabajaban por igual hombres, mujeres, ancianos y niños, con jornadas de más de 12 horas diarias. Esta extenuante jornada laboral no daba opción a las personas de recuperarse, descansar ni ejercer sus derechos.

Durante muchos años hombres y mujeres alzaron su voz en reclamo de establecer la jornada laboral de ocho horas, incluso a costa de sus propias vidas. Actualmente, el Día de los Trabajadores se ha convertido en una efeméride festiva, pero no hay que olvidar que esta fecha rinde homenaje a aquellos que lucharon por una vida digna para todos los trabajadores y trabajadoras.

En nuestro país, en el año 1910, -mientras se cumplía el Primer Centenario de la Revolución de Mayo-, arribamos al 1ero de mayo en medio de luchas obreras y severas represiones de las fuerzas armadas y de seguridad.

El primer Centenario de la Revolución de Mayo fue celebrado con estado de sitio, grandes medidas represivas y prisión de dirigentes obreros para dar el marco de tranquilidad que las autoridades estimaban necesario para el festejo de las clases dominantes, y donde los asalariados y demás sectores populares brillaron por su ausencia.

Similar situación se repetirá en 1916 al festejarse el Primer Centenario de la Declaración de nuestra Independencia. Baste con citar, que años después, esa situación subsistía a extremo tal que en 1919 se produjeron los hechos represivos de trabajadores en los Talleres Metalúrgicos Vasena, en el barrio porteño de San Cristóbal, durante el primer gobierno radical de Hipólito Yrigoyen, que pasaron a la historia como La Semana Trágica.

El conflicto se originó a raíz de una prolongada huelga declarada en la fábrica metalúrgica Talleres Vasena, en reclamo de mejores condiciones laborales. El conflicto escaló, impulsado por la intransigencia patronal, y el accionar violento de rompehuelgas, hasta que se desató la represión abierta por grupos parapoliciales, la policía y el Ejército, asesinando, deteniendo y torturando a miles de personas, mientras la población respondía con una pueblada generalizada.

En los años 1920 a 1921, la lucha protagonizada por los trabajadores en rebelión en Santa Cruz, -ante despidos generalizados por parte de los estancieros y reducción generalizada de las condiciones laborales- recibió el nombre de Patagonia Rebelde, y constituyó uno de los hechos más graves de violencia contra los trabajadores durante un gobierno democrático argentino, debido a la intervención del Ejército, que fue enmascarado como una defensa de la soberanía argentina contra un intento de invasión chileno.

En 1919, los trabajadores de La Forestal construyeron una sólida organización y declararon una huelga general que finalizó con la firma de un avanzado convenio colectivo. En los dos años siguientes la empresa incumplió el convenio y logró que el gobierno de Santa Fe creara una fuerza policial financiada por la empresa para cuidar sus intereses, denominada Gendarmería Volante.

En esas condiciones en diciembre de 1920 La Forestal inició un lock out prolongado, cerrando sus fábricas y despidiendo a miles de trabajadores, exponiendo a la inanición a varias poblaciones (Villa Guillermina, La Gallareta, Villa Ana, Tartagal, etc.). El 29 de enero de 1921 se produjo un estallido social generalizado en la región, con decenas de enfrentamientos armados en los pueblos y bosques durante tres meses.

Esta lucha labora, denominada La Forestal expuso temas que nunca están saldados: los modelos sociales y de control del trabajo, la violencia laboral, el extractivismo, la devastación ecológica, las lógicas del capital internacional.

Todas estas luchas históricas que se mencionan a título de homenaje de los y las trabajadores que dieron su vida por mejores condiciones laborales y reivindicación de sus derechos y los de todos, fueron inmortalizadas en obras muy reconocidas de expertos del derecho laboral, como “La Semana Trágica” de Julio Godio, “La Patagonia Rebelde” de Osvaldo Bayer, y “La Forestal. La tragedia del quebracho colorado” de Gastón Gori.

Si bien durante el primer gobierno de Hipólito Yrigoyen, nuestro país adhirió a convenios de la Organización Internacional del Trabajo y se institucionalizó la jornada de 8 horas de labor, el descanso dominical y posibilitó la entrada en escena de las clases medias y populares, la resistencia conservadora y su posterior derrocamiento, motivaron que tuvieran que pasar décadas para que a partir de la asonada militar del 4 de junio de 1943, que pusiera fin a lo que Jauretche acertadamente denominara “La Década Infame”, esa ausencia de los asalariados y demás sectores populares en la toma de decisiones y en la participación de las riquezas que nuestro país producía en abundancia en beneficio de unos pocos, comenzara a revertirse.

El cambio de paradigma se concretó a partir del 4 de junio de 1943, hasta el 17 de octubre de 1945, se institucionalizó electoralmente el 24 de febrero de 1946 con la consagración de la formula Perón Quijano, para presidir los destinos del país y se mantuvo el cambio y la institucionalidad hasta el 16 de setiembre de 1955, fecha en que la mal autodenominada “Revolución Libertadora”, le puso fin, dando comienzo a un período de represión, proscripción y persecución a la clase trabajadora, a los sectores populares y a sus dirigentes.

Desde esa fecha el Partido Peronista, su líder, Juan Perón y dirigentes del sector, estuvieron proscriptos, salvo el breve interregno de 1973 al 24 de marzo de 1976 en que Perón regresa a su patria, es consagrado Presidente por tercera vez y fallece ejerciendo esa presidencia, a partir del 24 de marzo, esa irregularidad institucional que sumió a nuestro país en la más salvaje y desalmada represión de nuestra historia, se mantuvo hasta el 10 de diciembre de 1983 en que Raúl Alfonsín asume la Presidencia de la Nación, dando así comienzo a un período de continuidad institucional que llega hasta nuestros días.

En medio de esa continuidad institucional, se arriba al año 2010 y se conmemora el 1ero de mayo, en el año del bicentenario de la revolución de mayo, en un marco referencial diametralmente opuesto al del primer centenario.
Sin estado de sitio ni represión alguna, con institucionalidad política, participación de los asalariados y demás sectores populares y con justicia social.

Graficando este acerbo, el 1ero. De Mayo de 2010 lo festejamos, el suscripto, -entonces Ministro de Trabajo de la Provincia de Buenos Aires-, mi par Nacional, Carlos Alfonso Tomada junto a otras autoridades nacionales, provinciales, municipales, numerosos dirigentes sindicales y empresarios y gran número de trabajadores, en el Paseo del Trabajo de la ciudad de Avellaneda.

En el año 2016, en el 2do centenario de la Declaración de nuestra Independencia el 9 de Julio de 1816 presentó un escenario agorero para los asalariados y demás sectores populares.

Por primera vez desde la sanción de la Ley Sáenz Peña, habìa llegado al poder legitimado por el voto popular, un gobierno que adscribía al liberalismo económico y dejó librada la suerte de la producción y el empleo a los avatares del mercado, con la consiguiente pérdida de puestos de trabajo, el crecimiento de la desocupación, la pobreza y la pérdida del poder adquisitivo de los sectores populares.

Conmemoramos ese 1ero de Mayo y el segundo centenario de la declaración de nuestra independencia, en medio de un círculo vicioso en el cual, la pérdida de puestos de trabajo y la reducción del poder adquisitivo de los salarios reducían la actividad económica y el consumo interno y ello producía efectos recesivos que generaban la pérdida de más puestos de trabajo y de profundización de la recesión.

Desde el 10 de diciembre de 2019 un gobierno peronista retomó la conducción de los destinos del país, encontrándose con un panorama económico y social calamitoso y, sobre llovido mojado, la pandemia que asola al planeta, se desató a los escasos tres meses de asumir el Presidente Alberto Fernández, quien en un escenario sin precedentes, adoptó, ajustó y rectificó medidas, en un ejercicio de prueba/error que hoy nos permite avizorar el futuro con un relativo optimismo en medio de una profundización de la ola de los contagios y fallecidos.

Para salir de ese esquema perverso, es necesario dejar de lado falsos fundamentalismos, priorizar el interés general por sobre los intereses sectoriales, y asumir autocríticamente la excepcional realidad.

El peronismo tiene que recuperar su capacidad de síntesis de las ideas políticas nacionales y populares de los radicales de Yrigoyen, Larralde y Alfonsín, las socialistas de Palacios y Juan B. Justo, las demócrata progresistas de De La Torre y Luciano Molina, las desarrollistas de Frondizi y Frigerio, las sociales progresistas del Frente Grande y de los movimientos de la economía social y convocar a las fuerzas políticas y de la producción y el trabajo para establecer las Políticas de Estado necesarias para revertir la situación socio económica heredada, agravada por la pandemia, encaminar al país en la senda del crecimiento con desarrollo y equidad, haciéndolo viable para todos y erradicando definitivamente la pobreza.

Son tiempos de altruismo político, de dejar de lado deseos y ambiciones políticas particulares en procura del bien común y el anhelado logro de Justicia Social. Demasiadas vidas han sido entregadas en tantas luchas de los trabajadores y trabajadoras y estamos llamados a honrar sus legados y conquistas.

*Abogado especializado en Derecho laboral y Municipal, Ex Ministro de Trabajo de la Provincia de Bs As 2007/2015, militante y Congresal Provincial Peronista y conductor de Grupo Descartes.