Tras el fallecimiento del Papa, la elección de su sucesor comienza con la convocatoria del Cónclave, una reunión de cardenales en la Capilla Sixtina del Vaticano.
El cónclave se inicia tras el luto oficial por la muerte del Papa, período en el cual un cardenal gobierna el Vaticano hasta que se elige al nuevo pontífice. Se lo denomina camarlengo. Este convoca a los cardenales, motivo que originó la frase «todos los caminos conducen a Roma».
Suele haber dos votaciones por la mañana y dos por la tarde hasta que se elige al Papa. La manera de informar a los fieles del desarrollo del cónclave es la siguiente: una vez contadas las papeletas en las que se anotaron los nombre votados, se procede a quemarlas. Si esa votación no tiene un vencedor por los dos tercios, químicos mediante, el humo que se ve desde la chimenea de la Capilla Sixtina es negro. Si hay papa, el humo es blanco.
Las votaciones son secretas y no hay registros oficiales respecto de quiénes sacaron votos. Jorge Bergoglio fue señalado como el segundo más votado detrás de Joseph Ratzinger en el cónclave de 2005.
El Papa electo elige el nombre con el que será identificado y se convierte, automáticamente, en obispo de Roma. El decano del Colegio de Cardenales anuncia en latín el nombre del nuevo pontífice, con las palabras «Habemus Papam!» («¡Tenemos Papa!»). Acto seguido, el flamante líder espiritual de los católicos saluda desde el balcón de la Basílica de San Pedro e imparte la bendición «urbi et orbi».
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